De todo un poco y de nada mucho


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20/10/07

EL CUENTO DE LA PISCINA Moscú, 1923 - Un día, en la escuela de arquitectura, un estudiante diseñó una piscina flotante. Nadie recordaba quién había sido. La idea se respiraba en el ambiente. Otros estaban diseñando ciudades voladores, teatros esféricos y planetas artificiales enteros. Alquien tenía que inventar la piscina flotante. La piscina flotante -un enclave de pureza en un entorno contaminado- parecía un primer paso, modesto pero radical, dentro de un programa gradual para mejorar el mundo gracias a la arquitectura. Para demostrar la fuerza de la idea, los estudiantes de arquitectura decidieron construir un prototipo en su tiempo libre. La piscina era un largo rectángulo de planchas metálicas atornilladas a una estructura de acero. Dos vestuarios lineales, aparentemente interminables, formaban los lados más largos: uno para hombres y el otro para mujeres. En cada uno de los extremos había un vestíbulo acristalado con dos paredes transparentes; una de ellas mostraba las actividades subacuáticas, saludables y a veces excitates, de la piscina; y la otra, los peces que agonizaban en el agua contaminada. Así pues, se trataba de una sala verdaderamente diálectica, usada para hacer ejercicio físico, broncearse de manera artificial y mantener contactos sociales con los nadadores casi desnudos. El prototipo se convirtió en la construcción más popular de la historia de la arquitectura moderna. Debido a la escasez crónica de mano de obra soviética, los arquitectos o constructores hacían también de socorristas. Un día descubrieron que si nadaban al unísono -en tandas regulares y sincronizadas de un extremo a otro de la piscina- todo el conjunto empezaba a moverse lentamente en sentido opuesto. Se quedaron atónitos ante esta locomoción involuntaria; en realidad, se expicaba por una sencilla ley de la física: acción = reacción. A principios de la década de 1930, la situación política -que en su momento había fomentado proyectos como el de la piscina- se vuelve inflexible, incluso amenazadora. Unos cuantos años después, la ideología que representaba la piscina, su carácter furtivo, su presencia física casi invisible, la cualidad como de icebrg de su actividad social sumergida: de repente todo ellos e volvió subversivo. En una reunión secreta, los arquitectos o socorristas decidieron usar la piscina como vehículo para su huida hacia la libertad. Gracias al por entonces bien conocido método de la autopropulsión, podían ir a cualquier parte del mundo donde hubieese agua. Era lógico que quisieran ir a América, en especial a Nueva York. En cierto modo, la piscina era una manzana de Mmanhattan realizada en Moscú, que así alcanzaría su destino natural. Una mañana temprano, en plena década estalinista de 1930, los arquitectos se alejaron de Moscú, nadando incesantemente por tandas en la dirección de los bulbos dorados del Kremlin. Nueva York, 1976 - Un programa rotatorio asignaba a cada socorrista o arquitecto un turno en el mando de la "nave" (una oportunidad rechazada por algunos anarquiestas a ultranza, que anteponían a esas responsabilidades la integridad anónima de nadar continuamente). Tras cuatro décadas de travesía por el Atlántico, sus bañadores (el frente y la espalda eran exacamente iguales, una normalización derivada de un edicto de 1922 para simplificar y acelerar la producción) casi se habían desintegrado. A lo largo de los años, habían convertido algunos sectores del vestuario o pasillo en "habitaciones" con improvisadas hamacas, etcétera. Resultaba soprendente cómo, tras 40 años en el mar, las relaciones entre las personas no se habían estabilizado, sino que seguían presentado esa volatilidad tan familiar en las novelas rusas; justo antes de llegar a Nueva York, había habido un estallido de histeria que los arquitectos o nadadores habían sido incapaces de explicar, salvo como una reacción retardada a su madurez colectiva. Cocinaban en una estufa primitiva, alimentándose de las provisiones de repollo y tomates en conserva, y de los peces que encontraban cada amanecer, arrastrados hasta la piscina por las olas del Atlántico (aunque estaban cautivos, estos peces eran difíciles de capturar debido a la inmensidad de la piscina). Cuando finalmente llegaron, casi no se dieron cuenta, pues tenían que nadar en dirección opuesta a donde querían ir, es decir, hacia lo que querían dejar atrás. Era extraño lo famiiar que les resultaba Manhattan. Siempre habían soñado con Chryslers de acero inoxidable y Empire States voladores. En la escuela, incluso habían tenido visiones más audaces, de las cuales, curiosamente la piscina (casi invisible: prácticamente sumergida en la contaminación del East River) era una prueba: con las nubes relejándose en su superficie, era algo más que un rascacielos; era un pedazo de cielo ahí en la tiera. Sólo faltaban los zepelines que habían visto 40 años antes cruzando el Atlántico a una velocidad exasperante. Suponían que estarían flotando por encima de la metrópolis como una densa masa nubosa de ballenas ingrávidas. Cuando la piscina atracó cerca de Wall Street, los arquitectos o nadadores o socorristas se quedaron atónitos ante la uniformidad (en el vestido y el comportamiento) de su visitantes, que invadieron la embarcación en una desbandada brutal por los vestuarios y las duchas, desoyendo completamente las instrucciones de los superintendentes. ¿Había llegado el comunismo a los Estados Unidos mientras ellos estaban cruzando el Atlántico?, se preguntaron horrorizados. Habían nadado todo este tiempo para evitar exactamente eso: esa tosquedad, esa falta de individualidad, que no desparecieron ni siquiera cuando todos los hombres de negocios se despojaron de sus trajes de marca (las inesperadas circuncisiones contribuyeron a acentuar esta impresión en los provincianos rusos). Escandalizados, zarparon de nuevo llevando la piscina corriente arriba: ¿un salmón oxidado, a punto -finalmente- de desovar? Tres meses más tarde Los arquitectos de Nueva York estaban inquietos por el repentino influjo de los constructivistas (algunos bastante famosos, y otros a los que se cría hace tiempo deportados a Siberia -si no ejecutados- después de que Frank Lloyd Wright visitase la URSS en 1937 y traicionase a sus colegas modernos en nombre de la arquitectura). Los neoyorquinos no dudaron en criticar el diseño de la piscina; por entonces todos estaban en contra del movimiento moderno, haciendo caso omiso de la decadencia de su profesión, de su propia irrelevancia cada vez más patética, de su producción desesperada de flácidas mansiones campestres, del mustio suspense de sus manidas complejidades, del gusto seco de su poesía inventada y de los padecimientos de su sofisticación irrelevante, se quejaban de que la piscina era anodina, rectilínea, poco audaz y aburrida; que no había alusiones históricas; que no había decoración; que no había... nada de ruptura, de tensión, de ingenio, sino tan sólo líneas rectas, ángulos de 90 grados y el color apagado de la herrumbre. (En su implacable sencillez, la piscina era para ellos una amenaza: como un termómetro que pudiese insertarse en sus proyectos para tomar la temperatura de su decadencia). Sin embargo, para acabar con el constructivismo, los neoyorquinos decidieron conceder a sus supuestos colegas una medalla colectiva en una discreta ceremonia a orillas del río. Contra el fondo de la siuelta de la ciudad, el apuesto potavoz de lo arquitectos de Nueva York pronunció un amable discurso. La medalla llevaba una antigua inscripción de la década de 1930, según recordó a los nadadores. Ya no resultaba relevante -dijo- , pero ninguno de los arquitectos actuales de Manhattan había sabido encontrar un nuevo lema... Los rusos leyeron. Decía así: "No hay un camino fácil para ir de la tierra a las estrellas". Mirando el cielo estrellado que se reflejaba en el estrecho rectángulo de la piscina, un arquitecto o socorrista -todavía chorreando tras su último largo- contestó por todos ellos: "Tan sólo hemos venido de Moscú a Nueva York". Y luego se tiraron al agua para retomar su conocida formación. Cinco minutos más tarde Frente al hotel Welfare Palace, la basa de los constructivistas colisiona con la balsa de la Medusa: el optimismo contra el pesimismo. El acero de la piscina se hunde en el plástico de la escultura como un cuchillo en la mantequilla. Rem Koolhaas - Delirius New York

2 comentarios:

alejandro dijo...

sólo hay una forma de acabar con la medusa: con un espejo.

La balsa de la medusa existió en múltiples formas: fue un barco hundido, fue un cuadro famoso, fue una obra de teatro. De alguna manera el hilo que las une es el abandono y el ir devorándose los unos a los otros; del otro lado de la balsa, la piscina optimista, el nado sincronizado, el juego (falaz, y juego) de las leyes físicas que en realidad tampoco explican el movimiento. Cuarenta años en la piscina, dos semanas en la balsa.
Sigue valiendo la idea de espejo. A la medusa se la mata con un espejo, la balsa es un espejo de la sociedad (la del 1800 y la de ahora), con un espejo podían estos arquitectos mirar hacia dónde iban, nadando hacia el pasado, con el espejo apuntando hacia el futuro (que son ellos y lo que tienen a espaldas), y de algún modo ese futuro, al establecer el espejo, se parece también al pasado.

Pero hay que recordar que hay espejos que adelantan y que atrasan, como los espejos en la Isla de Pascua...

chica pastiche dijo...

Como pasa con tantos cuentos, éste me llamó, me provocó, (me gustó enfin), sin saber muy bien por qué.

Lo leí varias veces. No llevo la cuenta, pero supera la veintena.
Y lo leí otra vez ahora.
Para finalmente entenderlo (o entenderlo de otro modo).

No por la explicación de la medusa y el espejo, sino por todo el resto de tu comentario.

Este cuento, tiene ahora, otro significado para mí.

Y supongo que seguirá teniendo muchos otros significados, cuando el tiempo vaya pasando.

Gracias, estimado a.