Cuando tenía 16 años lo vió por primera vez. Apareció como en un sueño, bajando por una escalera, iluminado apenas por un foco de luz.
Desde ese momento lo supo: él sería el padre de sus hijos, abuelo de sus nietos, dueño de sus mascotas...
Durante los siguientes 6 años no le perdió el rastro. Sabía dónde vivía, cuál era su teléfono, y como se llamaban sus familiares directos. Conocía sus horarios, sus gustos musicales y la matrícula de su auto. Toda la información era anotada en un cuadernito de notas.
Perseguirlo se convirtió en una obsesión. Siempre de lejos, siempre en las sombras. Él nunca llegó a saber lo que había causado en esta pobre chica, que perdía el sueño cada vez que lo veía con otra.
El tiempo pasó, y las causalidades de la vida la llevaron a olvidarse un poco del asunto. No del todo, porque siempre lo tenía presente. Pero digamos que logró hacer sus cosas, seguir su vida, conocer otros chicos.
Una noche, después de 3 años, lo volvió a ver en un boliche. Ese encuentro volvió a desatar la obsesión.
Lo veía en todas partes: en el estadio, en la parada, en la tele, en el hipódromo, en la playa...
Pero siempre, como en los últimos 9 años, permanecía en las sombras, mirando de lejos, sacando fotos a escondidas, anotando horarios, rutinas, lugares de posibles encuentros.
Los años siguieron pasando... hoy ambos tienen casi 70 años. Él vive en la misma casa de siempre, ahora viudo y con un perro que le gana en ceguera.
Ella no pierde las esperanzas. Cada tarde, a la hora en que él abre las persianas después de la siesta, ella se apoya en el murito de enfrente y observa. Sonríe. Anota la fecha en su cuadernito de notas y piensa: algún día... algún día...
2 comentarios:
JIjijiji...
"haaan pasado 70 años... "
Es una historia muy triste, se parece mucho a mi, justo a los 16, espero que no siga pareciéndose. La esperanza es lo último que se pierde.
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