De todo un poco y de nada mucho


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8/4/11

Él era lo máximo. Cantaba unas canciones tan tristes, tan redobladamente tristes…
Uno podía sentirse identificado con todo ese dolor: corazón roto, alma perdida, desconsuelo, inanición.

Era escucharlo y la piel se te ponía de gallina, los ojos se hinchaban de lágrimas ansiosas por salirse hacia los cachetes. Yo me mordía los labios, pensaba, cómo me entiende este muchacho, lo que canta es tan hermoso.

Empatía total. Sus letras expresaban toda esa tristeza acumulada que uno no sabe cómo exteriorizar. Pues él lo hacía posible, con sus acordes melancólicos y sus rimas nostálgicas.
Había que alejar los objetos punzantes, porque más de uno podía tentarse. De hecho, antes de poner sus cds, yo cerraba las ventanas y trancaba la cocina.

Pero un día, un malditísimo día, tuve la terrible suerte de cruzármelo en un supermercado.
Al principio no lo podía creer, me embargó el cholulismo que llevo impregnado desde el día de mi nacimiento.
Pero cuando pude recuperarme, cuando finalmente caí en la cuenta de lo que estaba viendo, la emoción dejó paso a la absoluta decepción.

Ahí estaba él, feliz y risueño, con un carrito lleno de enlatados, fideos verdes, frutas y artículos femeninos. A su lado, sonriente y rozagante, iba su novia. Lo tomaba del brazo mientras con la otra mano seleccionaba un paquete de queso rallado. Ambos reían, no sé de qué cuernos reían, pero la rabia que sentí no tuvo parangones.

Me sentí engañada. Mi mundo se había derrumbado. La desasón fue tal que ni siquiera me importó haber perdido mi número para el mostrador de fiambres.

Me quedé parada, con una bolsa de yogur en una mano, y un frasco de mermelada en la otra. Mientras él se alejaba, riendo y dándole besitos a su novia, ignorando el fastidioso mundo que lo rodeaba.

Nunca más volví a creer en los cantautores.



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(El que se haya avivado de que estoy recauchutando posts, sssshhhh, no avive a la gilada, gracias).



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